jueves, 12 de abril de 2012

3.

 Me acuerdo que ese día estaba lloviendo. No tiene nada de especial eso, por supuesto, era Julio y era incluso extraño que un día no lloviera. Pero lo recuerdo porque era un sonido mucho más agradable que el de los motores  o los perros de la calle.  La lluvia había disipado el calor de la tarde de verano, pero aún así recuerdo que mi mano se había vuelto sudorosa sosteniendo el teléfono después de una o tal vez dos horas.  En ese periodo de tiempo me aprendí tu número, por el número de veces que tuve que marcarlo y después borrarlo hasta que me atreví a presionar la pequeña tecla verde que me permitiría escuchar tu voz de nuevo, cosa que anhelaba casi tanto como temía.  Cada tono vibró en mi oído y aumentó la intensidad de los fuertes martillazos que sentía en el pecho. Decidí sentarme cuando mi rodilla comenzó a temblar.



“Bueno.” Tu voz inexpresiva.

“¿A.. Alberto?”    “Sí”   Lo escuché un par de segundos. Creí sentir algo irregular en su respiración. No es que la mía fuera la más tranquila en ese momento.

“Sí.” Repitió.


 “Es Mariana... Yo...”

“Ya sé. Hola.”

“Hola. Sólo llamaba... sólo quería recordarte que tenemos una presentación mañana.”

“Ajá.”

“Alberto..” Silencio. “¿Te acuerdas hoy, cuando dijiste que daba igual si tu vida terminaba hoy?”

“Sí, es lo que creo. En realidad nunca he hecho nada importante, y ni siquiera se si pueda hacer algo. Da igual.” 

“Y, ¿la posibilidad de que puedas hacerlo, no vale la pena?” 

“Tal vez, pero igual no importa.”

“Ya.. sí, también yo he llegado a pensar eso.”

“¿Entonces?”


“Entonces quería decirte que en ése momento, cuando pensé que daría igual, tuve miedo. No tuve miedo de morir. Tuve miedo de llegar a algún lugar para darme cuenta que tú no ibas a estas ahí. Entonces hoy pensé que, aunque mi muerte tampoco hubiera importado, para mi vida hubiera importado más que nada el perderte. Entonces recordé como he llegado a sentirme y tenía que evitar que pasara por tu mente la idea de dejar este mundo, de dejar mi vida vacía de tí y vacía de razones para no dejarlo también. Y entonces tuve la absurda idea de imaginar, que tal vez, si yo te dijera, si yo lo hiciera, tal vez haría un cambio en tu vida. Tuve la absurda idea de sentirme así de importante. Tuve la estúpida idea se pensar que si tú lo sabías lograría cambiar algo. Se me ocurrió pensar que a ti te importaba saber que... te amo.”



Silencio. Su respiración, cortada, ausente. Un ruido metálico, cómo un cuchillo, chocando con el suelo.


La respiración de Alberto volvió. Aún no era normal, pero de nuevo era audible y parecía recuperar ritmo. 

“Bueno, tenemos una presentación mañana” 



Y exactamente diecisiete rápidos timbres perforaron mi tímpano.