lunes, 7 de octubre de 2013

Me puse a jugar al flujo de conciencia.

Pensé en viento y escribí tiempo. Es que son iguales; no hay que profundizar en obviedades. Sabemos que el tiempo es viento. Ni que acá arriba no hubiera tanto más viento ni menor tiempo.
Ya no hay que esconderse.
Culpo a la altura de las ganas de saltar, como si se culpara al suelo de la costumbre de caer. No es que el abismo no haya estado aquí antes: últimamente no va a otro sitio. Es abismo ancho, es oscuro que no aterra porque es todo menos frío. Un salto en falso sólo me llevó más arriba.
Hay que decirlo: saltar al abismo es caer en tus labios, que siempre están cerca mas nunca próximos.
Y saltar. Reír de rojo. Pero saltar juntos, irse quién sabe a dónde.
¿Cómo hago eso si tú eres el abismo?
Caigo en ti porque no tengo de otra. Ya estoy cayendo mas no toco fondo.
Abismo infinito el que no quiso caer en sí mismo, que es la razón de no saltar juntos: tú no crees poder caer. Ves montaña en vez de abismo. Rodeas, no escalas; no piensas que haya cima.
Tampoco yo sé si quiero que la veas. Sentirte subir, eso es seguro, lo anhelo. ¿Se llama deseo?
¡Sentirte subir! Pero que nunca llegues. Que arriba ya no queda nada: llega uno a la cima y luego qué.
¡Sentirte subir y nunca dejar de caer!